4 de septiembre de 2015

El blues secreto. Karen Dalton

Karen Dalton, voz y vida de blues
En la letra de la canción Suena en los clubs un blues secreto de los Ilegales, el paradigmático calvo del rock español, tras repetir el título de la canción, apostrofaba: “deja de joder la música a los negros”. Es cierto que la mayoría de las aproximaciones blancas al blues han sido deslucidas y flácidas, y merecerían haber hecho honor al calificativo que se les otorga en la canción y permanecer en el secreto. Sin embargo, algún caso hay en el que debería ser al revés. Son blues secretos... que no debían serlo.


Las razones por las que un artista de cualidades extraordinarias no alcanza el éxito son enormemente variadas y he tratado unas cuantas de ellas en estas páginas. Una buena parte de ellas tiene más que ver con la miopía del público, o de los que gestionan los gustos del público, que con el artista en sí. Pero hay casos en los que si hay que culpar a alguien –aunque culpar probablemente sea un término improcedente–, el señalado debería ser el propio artista.

La inadaptación a la industria musical o incluso al mundo puede ser el factor clave en estos casos. Lo vimos en el caso de Judee Sill. Este es un caso bastante parecido con los mismos elementos problemáticos, quizás en un grado aún más extremo –carácter difícil, problemas personales, adicciones, rechazo frontal a los términos de la industria–. Se pueden hacer una idea de la difícil relación que sostuvo con el negocio y con la vida la protagonista de esta canción del viernes al saber que con 21 años, cuando comienza su carrera artística en Nueva York, ya contaba con dos turbulentos matrimonios fracasados en su haber.

Karen Dalton fue una de tantos artistas que surgieron en el microcosmos del revival folk con epicentro en el Greenwich Village de Nueva York a principios de los 60. Pero no era en absoluto una más en términos de talento o cualidades. Dylan, en el mismo contexto, llegó a ser un artista especial a través de un duro trayecto de aprendizaje en el que refinó o inventó cualidades que en principio no eran evidentes o no estaban ahí. Karen era el caso totalmente opuesto, ella ya llegó con la lección sabida. El blues no era para ella una asignatura que tuviese que aprender, sino que existía en ella de una manera natural. No era alguien que cantaba blues, ella era el blues.

En su libro autobiográfico Crónicas. Volumen 1, casi al principio, al narrar su llegada a los clubs folk de Greenwich Village, Dylan dice de ella: ”Mi artista favorita del lugar era Karen Dalton, que cantaba temas de blues acompañándose con una guitarra. Era alta, desgarbada, intensa, cálida y sensual. […] su voz me recordaba a la de Billie Holiday, y tocaba la guitarra como Jimmy Reed, con todo lo que eso implicaba”. Muchos han tomado el nombre de Billie en vano, pero Dylan –a pesar de su querencia por la hipérbole– suele ser bastante preciso en este tipo de aseveraciones y, como se suele decir, no da puntada sin hilo. Escuchen esta canción de su primer disco, una derivación del clásico popularizado por Elmore James, y juzguen ustedes mismos.



Las comparaciones que Dylan y otros han hecho con Billie Holiday son fácilmente comprensibles: la misma cadencia narcótica, el mismo tono a punto de romperse pero que, de algún modo, consigue mantenerse abrazado desesperadamente a la canción. Si acaso, la voz de Karen carece de la tersa dulzura que cubría los lamentos de Billie, sustituida por una brusca fragilidad que enmarca el retrato de un alma rota y sin esperanza. En cierto sentido, es la culminación del blues –o el blues en sí mismo–. Verán que cuando dije que ella era el blues, era algo más que un fácil recurso narrativo para glosar sus virtudes. Y es que esa pureza, esa sintonía entre su personalidad y el blues, aunque magnífica y fascinante a la hora de escucharla, fue para su carrera y para su vida más una maldición que una ventaja.

Su lugar natural eran los pequeños escenarios, desde los que podía mirar al público a los ojos y asegurarse de que entendían sus dolidos lamentos (lo que no impedía que en ocasiones tuviera ataques de pánico escénico y no saliese a actuar). Karen Dalton realmente odiaba los estudios de grabación. Hay que considerar que, una vez popularizado el fenómeno, hasta el más tonto e inútil folkie que hubiese pasado aquellos años por los escenarios de los clubs de Greenwich Village acabó grabando algo, tal era el pánico de la industria a perderse la próxima sensación. Karen, por su parte, tardó casi una década en dejar su voz grabada, a pesar de su magnitud como artista y de su popularidad en dicho circuito. Y lo hizo, además, engañada. Durante una visita en 1969 a su amigo Fred Neil, fue invitada a tocar unas canciones, sin que se le hiciese saber que iban a ser grabadas. Así, de unas canciones interpretadas para lo que ella pensaba que era una reunión privada, salió el primero de sus dos discos, “It's So Hard to Tell Who's Going to Love You the Best”.

En 1961 Dylan era desconocido. Hoy, Karen lo sigue siendo
Todos unos All-Stars del Greenwich Village. Dylan, Karen y Fred Neil en 1961

Otro inconveniente para su carrera era el hecho de que, en un tiempo en el que tal cosa se había convertido en algo prácticamente obligatorio, se negase a componer canciones. Para ella, ya había suficientes canciones ahí afuera, y muchas de ellas ya decían lo que ella quería decir. Aunque no le faltase razón, su negativa perjudicó una carrera que su carácter difícil y sus problemas personales ya ponían bastante en cuestión. Nunca sabremos si también estaba dotada para la composición, pero eso no afecta en lo más mínimo a su talla como intérprete, que era gigantesca. Y poco más dio de sí su carrera... En 1971 publicó su segundo y último disco, “In My Own Time”. Más trabajado en el estudio, con una banda de acompañamiento brillante y con un sonido más decantado hacia el folk-rock –aunque con su esencia blues aún presente–. Quizás, si el resto de circunstancias hubiesen sido favorables, podría haber supuesto el despegue de su carrera. Evidentemente, no fue así. Aunque esté considerado por muchos su mejor disco, a mí particularmente me resulta más impactante el blues desnudo hasta los huesos de su primera grabación, donde la oscuridad y el dolor no tienen donde esconderse y se muestran en todo su esplendor. Probablemente no se había grabado nada tan descarnado desde los primeros pioneros del blues del delta en los años 20.

Hasta aquí los hechos documentados, a partir de este punto desaparece su rastro y el resto de sus andanzas pertenecen al terreno de los rumores o la leyenda. Es probable que siguiese actuando durante un tiempo en pequeños clubs, es casi seguro que sus problemas de adicción (con el alcohol y la heroína sobre todo) aumentasen hasta hacerle imposible seguir haciéndolo. Algunos, en fin, dicen que vivió sus últimos años en la calle, otros que retirada en una cabaña en las montañas. Uno de los fascinantes rumores que alimentan esa leyenda habla de que ella es la añorada protagonista de Katie's been gone de The Band, algo dudoso si consideramos las fechas, pero no imposible (y no hay que olvidar que los mitos y leyendas tienen más fuerza y, a veces, sentido, que los hechos reales). Lo cierto es que, entre testimonios contradictorios, nada más se supo de ella con certeza hasta su muerte, al parecer de SIDA o de otros problemas causados por sus adicciones y su vida solitaria y miserable (tampoco hay consenso en esos detalles, aunque no afecten a la esencia del relato).

Una vida, en definitiva, digna de un blues; condenada a la tragedia con la fatalidad inexorable que puebla los temas del género. La razón por la que le fue imposible tener una carrera más larga y fructífera fue esa vida trágica –marcada por la soledad, la incomprensión y los vanos intentos de mitigar ese dolor, tan natural en ella como el blues, con venenos anestesiantes–. Aun así, las mínimas muestras que nos han llegado son suficientes para calificarla como una de las más grandes intérpretes de blues de la historia (con casi total seguridad, la mejor de raza blanca). Era el blues. Un blues secreto que no tendría que haberlo sido. Fred Neil lo resumió en una sencilla y contundente frase: “She sure can sing the shit out of the blues”.

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