13 de abril de 2015

Retrato de joven dama (VI)

Retrato de joven dama
Última entrega del relato "Retrato de joven dama", una historia en la que un periodista se ve atrapado en una red de intrigas creadas por un pintor fallecido y una mujer, amante de ambos en el pasado. En anteriores entregas, tras la muerte del pintor el periodista y la mujer vuelven a encontrarse. Ella le seduce antes de desvelar un plan por el que puede recuperarla a cambio de compartir las ganancias de una turbia operación tramada por el fallecido. Tendrá que elegir entre dinero y amor.


(Continúa desde "Retrato de joven dama V")

Confuso, con la cabeza dándome vueltas, fui dando tumbos por el pasillo hasta llegar al estudio. Abrí la puerta y vi ahí, en medio de la habitación, el cuadro. Era realmente una obra magnífica. Creo que Ricardo puso algo de la Lola actual en el retrato. La mirada, esos ojos penetrantes de los que no podías esconderte; la sonrisa, esa mueca irónica que fingía seguridad; un aire de fiera acorralada que duda entre rendirse y atacar.

Las pinceladas, fluidas, caían desde todas las direcciones, dirigiendo suavemente la mirada del espectador alrededor del lienzo. Era un cuadro de esos que es imposible contemplar en un breve espacio de tiempo, de los que te absorbe la atención y no te deja moverte del sitio hasta que agotado, claudicas, dejando el misterio incólume en la tela. Inabarcable. Realmente valía lo que Lola había dicho.

También admirable era –y de esto creo que Lola no se había dado cuenta– el mayúsculo tinglado que había dejado montado Ricardo. El psicodrama que había dejado esbozado para que nosotros nos perdiésemos en él, era tan fabuloso como el cuadro. La cláusula de los diez años, la sugerencia de que me presionase para vender de inmediato... Veía la mano de Ricardo por todas partes. Desconozco hasta qué punto Lola era consciente de estar interpretando un papel escrito por otro. Hiciéramos lo que hiciéramos, quedaríamos retratados y, en casi todas sus variantes, no demasiado favorablemente. Lola ya lo había hecho, ahora me tocaba a mí.

Recordé aquellos montajes absurdos que tramábamos en nuestras noches de whisky y fantasías artísticas juveniles. La concepción del arte más allá de la obra de arte. El concepto de Ricardo de que cualquier cosa podía ser una obra de arte si sorprendía y nos enseñaba algo sobre nosotros o el mundo, dejando una huella perdurable.

Sonreí. Realmente había dos obras de arte aquí, y las dos eran soberbias. En mi mano estaba elegir cuál merecía mayores honores. Si el cuadro o la trama en la que nos había enredado a Lola y a mí. Si vendía el cuadro de inmediato, tendría a la mujer que amaba –como casi siempre, Lola estaba en lo cierto: siempre la he querido y seguramente siempre la querré–, un dinero con el que vivir cómodamente lo que me quedase de vida y Ricardo sería reconocido al fin como un gran pintor. En el caso contrario, guardaría el cuadro y por un tiempo solo yo sabría lo gran artista que había sido Ricardo Ares. Pero el cuadro, tarde o temprano, saldría a la luz y el genio de mi amigo como pintor sería reconocido igualmente. La elección parecía sencilla. Dinero y amor frente a solo dinero. Las cantidades no eran relevantes porque la más pequeña de ellas era muy superior a lo que yo podría gastar en el resto de mi vida. Estoy seguro de que Lola había hecho estos mismos cálculos y sentía que mi decisión sería fácil y en el sentido que ella quería.

Sin embargo, Lola tenía razón también en una cosa que puso en la carta, creo que sin pensar demasiado bien en sus implicaciones. Había más razones que ella no era capaz de adivinar por las que yo podía decidir no vender este cuadro y renunciar a su amor, o a su seguramente exquisito sucedáneo de amor, que era lo que ella que me ofrecía. Agradecí sinceramente que hubiese sido franca conmigo, podía sentirme de muchas maneras, pero engañado no.

Hay otras razones; una de ellas es que yo también puedo querer tapar un hueco en alguna pared. De hecho, creo que «Retrato de joven dama» quedaría muy bien en mi habitación. Otra es que dormirme por las noches sintiendo los ojos de Lola fijos en mí debe ser algo muy agradable. Jamás podría sentir lo mismo con la mujer de carne y hueso. La belleza eterna de Lola, de esa Lola del cuadro, me pertenecerá para siempre. Su sonrisa será lo primero que vea al despertar todos los días. Ahora sí que, después de tantos años, podré por fin tenerla realmente. Lola... Ahora sí, por siempre... Mi Lola...

Fin

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