11 de diciembre de 2015

Estribillos en fuga. David Ackles

David Ackles, al final del túnel se hallaba el olvido
La música popular, por definición y necesidad no puede tener un nivel de complejidad excesivo. Hay margen para complicar las cosas, pero es necesario que el oyente pueda identificar en la música elementos familiares. Resumiendo: hay que atenerse a una serie de reglas. Las reglas variarán dependiendo del estilo, aunque se intuye un núcleo común a cualquier tipo de música popular. Por eso tienen un especial mérito los artistas que, al menos en apariencia, ignoran esas reglas.


Digo en apariencia porque la ausencia de esos elementos familiares, la subversión de las reglas, en ningún caso puede ser absoluta. Tiene que haber, al menos, algún tipo de lógica interna que el oyente pueda intuir para conectar con ella. Una manera de hacerlo es apelar a tradiciones musicales ajenas o, al menos, tangentes a la música pop.

David Ackles hizo justamente eso. Sus canciones carecen en buena medida de esos asideros familiares que hacen de la música pop un terreno acogedor y previsible que proporciona satisfacción inmediata. En su caso se sirvió de elementos y estructuras sacadas de musicales, una vigorosa tradición musical en el mundo anglosajón que había permanecido en buena medida ajena al mundo de la música pop.

No es que Ackles fuese el primero en hacer tal cosa –el propio Dylan, en su autobiografía, reconoce que la canción Pirate Jenny cambió por completo su forma de entender la composición–, pero fue quizás el que llevó el concepto más lejos. Si pretenden encontrar en las composiciones de David Ackles algo tan básico en una canción pop como un estribillo, ármense de paciencia.



Y es que las raíces y la formación de Ackles, no estaban en el terreno de la música pop, sino en el teatro y el vaudeville, y eso se refleja en el tono y el pulso de sus canciones. A pesar de contar con una voz poderosa, cercana en cierto modo a la de un Tom Jones, David Ackles interpreta las canciones como si fuese un personaje en un drama más que un cantante al uso. El resultado es fascinante: extraño pero, al mismo tiempo, familiar. La narrativa también huye de los lugares comunes del pop y suele presentar personajes en los márgenes de la sociedad, sea por voluntad propia o empujados por el destino.

Todo ello hace de él un artista para minorías, aclamado por la crítica y rechazado por el gran público. Era todo demasiado extraño y oscuro para ser digerido por la vitalista y confusa juventud de finales de los 60 y principios de los 70. La paciencia de la industria dio para cinco discos entre 1968 y 1973 que, bajo los ropajes propios del pop o rock de la época, con sobrios toques de psicodelia o soul, Ackles llena de canciones aparentemente marcianas, pero que responden a una férrea lógica interna.

Esas canciones, el marciano rock dramático de David Ackles tenía mucho sentido, aunque fuese difícil encontrárselo. Quizás sea ahora, ya curados de espantos y experimentalismos, cuando sea más fácil apreciar la vocación clásica de esas canciones o discernir los mecanismos de su genio creador y disfrutar de un artista, menor en la historia de la música pop, pero con las hechuras de un grande.

No hay comentarios:

Publicar un comentario