16 de octubre de 2015

El extraño al otro lado del micrófono. Anne Briggs

Anne Briggs, la angelical cantante que odiaba su voz
Hay una serie de trastornos psiquiátricos que causan confusiones sobre la propia identidad. Los pacientes que sufren algunos de estos trastornos refieren que hay una persona en el espejo que se dirige a ellos o, incluso, que ese extraño es un impostor que le observa con perversas intenciones y que, en última instancia, planea sustituirle y apoderarse de su vida. Es una experiencia generalmente angustiosa e inquietante que es un alivio dejar atrás si es tratada con éxito.


El equivalente sonoro del espejo en el mundo de sonido seria un sistema de grabación, del cual forma parte, y es su símbolo más claro, el micrófono. Algo que refleja y nos devuelve, al ser reproducido, el sonido que nos identifica como individuos: nuestra voz.

Todo el que ha oído en alguna ocasión su voz grabada, se ha sorprendido. No se parece nada a cómo nos oímos a nosotros mismos en circunstancias normales. Esto tiene una explicación física bastante precisa que está desprovista de misterio. Al oír nuestra voz, no solo percibimos las vibraciones en el aire de nuestra voz como hacen los demás, sino también –y en mayor medida– las vibraciones craneales que provoca. Nos oímos, por así decirlo, desde dentro, y las frecuencias que se absorben y se recogen por ese mecanismo son totalmente diferente a las que viajan por el aire.

Pasada la sorpresa inicial, es simplemente cuestión de tiempo acostumbrarse a las diferencias y reconocer esa voz extraña como propia, algo que la mayoría de los cantantes hace sin mayores problemas poco después de enfrentarse a su voz grabada u oírse a sí mismos por sistemas de monitorización, ya sea en estudio o en directo. Pero no siempre es así. Hay, al menos, un caso documentado en la historia de la música en la que el cantante –la cantante, en este caso– no logra acostumbrarse a la voz de ese extraño al otro lado del micrófono.

Esa cantante era Anne Briggs, y no es solo que no se acostumbrase a su voz grabada... es que la odiaba profundamente. Cualquiera diría al escucharla que tiene una voz preciosa, pero Anne no compartía ese juicio y le parecía una cosa realmente terrible. Terrible hasta el punto de hacerle, sorprendentemente, abandonar su prometedora carrera musical a los 27 años, al no poder seguir soportando oír su voz grabada. Nada logró convencerla de que reconsiderase su decisión y volviese. Ni la reivindicación que recibió por artistas de éxito, ni la llegada de unos tiempos en los que el estilo folk que practicaba era más viable comercialmente. No creo realmente que su decisión estuviese relacionada con ningún trastorno psíquico, pero uno se tiene que preguntar qué había detrás de esa firme decisión que se oponía a toda evidencia lógica y racional.

Y es que Anne Briggs no era una cantante cualquiera. A pesar de su prematuro retiro y de su corta carrera, dejó una huella importante en la historia de la música, influenciando profundamente a otras muchas cantantes y la evolución de todo un género musical. Todas las cantantes de folk o folk-rock británicas de finales de los 60 y principios de los 70, de Sandy Denny a Linda Thompson, se inspiraron en su estilo vocal –revolucionario en su momento y más influenciado por la música clásica o religiosa que por la tradicional– y retomaron muchas piezas de su repertorio. Esta canción, sin ir más lejos, fue también grabada por Pentangle.



La canción cuenta la típica historia de amores principescos sometidos a vicisitudes que hubiese hecho a Walt Disney salivar y poner a toda su tropa a afilar los lápices. No descarto que, de hecho, eso pasase y alguna princesa Disney esté inspirada en la protagonista de esta historia; no soy ningún experto en la materia, pero no me extrañaría. Por supuesto, al ser una balada escocesa tradicional del siglo XVIII, abunda en detalles sórdidos y escabrosos, que hubiesen sido convenientemente disimulados. Vean si no, en qué consiste su argumento:

Un rey, después de pasar un largo tiempo prisionero en el extranjero (en España, nada menos), al volver a su reino encuentra a su hija... algo cambiada. Para asegurarse, no duda en desnudarla y descubre el pastel. A la chiquilla le han hecho un bombo. Vaya por Dios... –¿Ha sido un conde o uno de mis caballeros? –pregunta vagamente esperanzado, mientras rumia espantosas venganzas. –La culpa es tuya, papi –responde la deshonrada–, que me has dejado muy sola. Ha sido un tal Willie, de Wimsbury; no un conde, ni uno de tus caballeros. Definitivamente, venganza. Reúne a todos sus caballeros y pide que le traigan a ese hijo de mil padres para colgarlo. El apuesto príncipe (era un apuesto príncipe, claro) viene. El rey, entonces, lo entiende todo. –Si yo fuese una mujer –dice el rey, fascinado y con las rodillas temblando– también compartiría mi cama contigo. Le ofrece la mano de su hija y su reino. El príncipe acepta la hija pero rechaza el reino, que ya tiene uno. Y vivieron felices y comieron a cuenta del contribuyente. Fin.

Así eran las canciones populares antes. Quizás piensen que he tergiversado o exagerado. Lean el texto original y comparen. Verán que hasta el más mínimo detalle está ahí. En cualquier caso, Anne Briggs está en su terreno en este tipo de canciones de otros tiempos. Su voz angelical hasta hace que nos olvidemos de las barbaridades que nos está relatando. Podría haber hecho una adaptación del guión de “Holocausto Canibal” y seguiría siendo una cosa encantadora.

Hay que decir que el mínimo acompañamiento instrumental de esta pieza es una rareza en su exigua producción musical. El grueso de las canciones que dejó grabadas –unas treinta nada más– son interpretadas a capella. Realmente no necesitaba más. Esa voz cristalina, con el brillo irreal de las piedras preciosas, se bastaba para transmitir la majestuosa y conmovedora belleza de esa música antigua y olvidada. Es notable que lo hiciese sin haber recibido ninguna formación como cantante, de una manera natural e instintiva. Una lastima que un talento natural de esta magnitud no hubiese tenido una carrera más larga, a lo largo de la cual hubiese podido pulir y mejorar esa base natural y alcanzar cotas aún mayores.

Es fascinante cómo una carrera abortada prematuramente y tan limitada en la cantidad de piezas grabadas dejó una huella tan profunda en la música. En cualquier caso, es algo que todos los aficionados a ese estilo musical le debemos. No menos fascinante es imaginar la voz que escuchaba Anne dentro de su cabeza cuando cantaba y que hacía parecer –por comparación– a esta otra que suena en sus canciones una cosa odiosa. Esa extraña al otro lado del micrófono, la que cantaba dentro de su cabeza, es alguien a la que nunca conoceremos ni oiremos. Eso es lo más triste de esta historia. No solo nos privó de seguir disfrutando a esa pseudo-Anne que cantaba en sus canciones con una voz preciosa para todos menos para ella... Lo grave es que, además, a la verdadera se la llevará a la tumba sin compartirla con nadie.

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