10 de julio de 2015

Jebi se escribe sin hache. Babymetal

Babymetal, idol-pop-metal, la última chaladura nipona
Jardiel Poncela, en la última parte de su libro “Amor se escribe sin hache”, explica el porqué de ese absurdo título. Las cosas importantes –como el humor– se escriben con hache; el amor, dice, al no llevar hache, es una cosa de menor importancia que no deberíamos tomarnos demasiado en serio ni sufrir por su causa. Por falta de espacio y de dinero para pagar los derechos de autor, no voy a copiar aquí sus argumentos. Pero fíense de mí –o mejor, léanse el libro, que se van a echar unas risas–.


Bien, pues al jebi le pasa lo mismo: se escribe sin hache –no me lo discutan, por favor; contribuyamos todos a adelantar la castellanización del término por parte de la Real Academia... algo de importancia vital, como comprenderán–. Por lo tanto, al escribirse sin hache, podemos tomárnoslo a cachondeo. La verdad, aunque uno tenga su corazoncito de metal, puede y debe hacerlo. Es algo casi inherente al género; de Spinal Tap a las últimas novedades, de las que me dispongo a darles cuenta, hay una venerable tradición de tomárselo a pitorreo. Y no solo porque sus militantes lleven más de treinta años tomando discutibles decisiones estéticas, sino porque el jebi puede con eso y con más.

Y es que esto –lo de esta canción del viernes– es peliagudo: a alguien se le ha ocurrido hacer una mezcla de pop adolescente japonés con jebi y la cosa se ha convertido en un fenómeno internacional. El nombre de este grupo pionero, ubicado conceptualmente en algún lugar fronterizo entre la genialidad y la subnormalidad, es Babymetal. Vaya por Dios... ¿que han tomado en vano el nombre de los dioses del metal, dice? Tranquilos... Como digo, el jebi puede con eso y con más.

Por el contrario, imagínense que el engendro este no fuera una mezcla de jebi con idol-pop japonés, sino que en lugar del jebi se hubiese usado para hacer la mezcla, no sé... rock psicodélico sixties, pongamos por caso. Habría barricadas por las calles y tipos con camisas de flores y paramecios lanzando cócteles molotov. Sin embargo, los jebis se toman la cosa como lo que es –una broma– y hasta disfrutan del asunto y lo hacen suyo. Les invito a hacer lo mismo, disfruten del espectáculo.



En ningún otro sitio que no fuese Japón podrían haber hecho esto, y no solo porque una de las dos patas que sostienen musicalmente el concepto sea exclusivamente japonesa (el idol-pop). Es que tiene todo lo que pueden tener las idas de olla niponas: lolitismo y colegialas, lucecitas brillantes por todos lados, un sentido del espectáculo desmedido, surrealista y mareante que pulveriza con orgullo los límites del ridículo, miméticas copias que llegan a mejorar formalmente al original y una dedicación fanática a hacer las cosas a lo grande, por estúpidas que sean.

Y ciertamente lo hacen bien, aunque sea un batiburrillo de clichés tanto de metal como de j-pop. Los aspectos de uno y del otro género están resueltos brillantemente. Para entendernos: imagínense a un grupo jebi realmente bueno acompañando a unas nenas realmente buenas en lo del pop tontorrón infantil. Es como si Megadeth fuese la banda de acompañamiento de unos Super-Parchís japoneses y no se reparase en medios. Todo –músicos, producción, espectáculo, promoción– por lo más alto. Viendo cualquiera de sus decenas de vídeos se nota el dinero chorreando en ambas direcciones: desde la pantalla y hacia sus bolsillos.

Lo más extraño es que, de alguna inesperada manera, el embutir en un mismo producto ambas músicas, que uno pensaría que se deben repeler como el agua y el aceite, funciona. Superado el shock y la risa tonta iniciales, uno puede seguir disfrutando del asunto sin mayores problemas y, de hecho, se le acaba cogiendo gusto. Uno de esos "guilty pleasures" si se quiere, desviaciones que avergüenza reconocer a los militantes de lo auténtico, pero que cualquier conocedor de la cultura pop en su sentido más amplio identifica como un producto impecable y con gracia del que se puede disfrutar si uno es capaz de ignorar sus complejos. Como artefacto pop es evidentemente un producto de usar y tirar, basura hipercalórica y artificial que no nutre, pero llena y engancha, Es un chiste, sí. Pero un chiste que sigue resultando gracioso después de contarlo cien veces, es un chiste bueno de narices.

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Invasión manga-metal en curso. Descubierta la verdadera identidad de las Babymetal

No tiene mucho sentido hablar de artistas en un producto prefabricado como este, pero al que se le ocurrió este disparatado concepto no cabe denominarlo con otro término que no sea el de “puto genio”. Las señoritas que bailan y cantan son lo de menos, de hecho es más probable que sean seres animatrónicos venidos de alguna lejana galaxia manga que seres humanos al uso. La regla de oro para identificar muchachitas manga –que los ojos sean más grandes que las tetas– es bastante probable que se cumpla (la verdad, he intentado no fijarme mucho porque tengo la sensación de que podría ser delito).

Bien, las conclusiones que se pueden sacar de todo esto son varias. En primer lugar, la ya comentada de que los japoneses son gente seria y que cuando se ponen a hacer algo, lo hacen hasta sus últimas consecuencias, aunque lo que se pongan a hacer sea el chorra. En segundo lugar, que el apocalipsis está cada vez más cerca y no podemos hacer nada por evitarlo, no nos va a salvar ni Chuck Norris. Por último, que esto podría –y debería– ser la canción del verano (y lo digo totalmente en serio). Es un producto tan prefabricado y ridículo como cualquier abominación de Georgie Dann, pero infinitamente más fresco, excitante y divertido.

Vale, es música prefabricada para hacer el idiota. ¿Y qué? El death-metal y el idol-pop nipón, cada uno por su lado, también son una idiotez. Hoy en día, casi todo lo es. Al menos esta es una idiotez nueva y sorprendente. E, insisto, muy bien hecha. A mi, desde luego, me gustaría que este verano me dieran la brasa con esto y no con lo que demonios sea con lo que me la acaben dando. ¿Dónde hay que firmar, maldita sea?

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