17 de julio de 2015

Artes perdidas. Nova Mob

Nova Mob, opera-rock para todos los públicos
El mundo del arte en general y el de la música en particular no es ajeno a las modas, y no solo en estilos o sonidos, sino también en formatos. En la música pop, espejo de la música en general, sucede lo mismo. Los formatos musicales, nacen, se desarrollan y, finalmente, acaban muriendo cuando han agotado sus posibilidades o los músicos, simplemente, prefieren hacer otras cosas. Alcanzan así el casi venerable estado de artes perdidas, alejándose de las opciones de los creadores.


Algo que ha dejado de hacerse de una manera absoluta durante mucho tiempo, acaba perdiendo la razón de ser y su lógica interna, y volver a hacerlo supone empezar (casi) desde el principio. Ciertamente, con los medios de duplicación y difusión disponibles en la actualidad, esto se ve mitigado en cierta manera al seguir estando disponibles los modelos, pero se pierde el sentido de continuidad, la cercanía en el tiempo y en el estado de ánimo de los artistas al acometer obras similares en su formato pero lejanas y ajenas en todo lo demás.

En la música pop, uno de los formatos que pueden entrar en esa categoría de artes perdidas es la opera-rock. Colecciones o ciclos de canciones que giran en torno a una temática común y que están construidas siguiendo algún mecanismo narrativo, aunque sea mínimo. Debido a ello, este género se ha hermanado con el cine en algunas ocasiones con interesantes resultados. Su momento de esplendor tuvo lugar durante los años 70 del pasado siglo, siendo los Who con Quadrophenia y Tommy los que llevaron el género a su máxima expresión. Pasada esta efímera fiebre, este concepto musical pasó de moda y desde entonces poco se ha hecho en ese terreno. Ha acabado convirtiéndose en una de esas artes perdidas, que se contempla en el mejor de los casos con nostalgia, y la mayoría de las veces con vergüenza. La cuestión es que pasado un cierto tiempo, sea una sonata en música clásica o una opera-rock en música popular, nadie parece querer, poder o saber cómo hacerlas. Aunque, afortunadamente, alguna excepción hay.

Hüsker Dü fue probablemente uno de los grupos más revolucionarios e influyentes de los años 80; lo que fueron los Stooges o Velvet Underground en los 60, o los Sex Pistols o los Clash en los 70. Creadores y destructores de tendencias, precedentes de grupos o estilos que todavía no existían. Fueron los Pixies antes de los Pixies, o Nirvana en los tiempos en los que Kurt Cobain era un chavalín que lo más creativo que hacía era sacarse los mocos. Contribuyeron a crear el hardcore y lo dinamitaron en una brillante explosión pop, allanando el camino para todo el punk melódico de los 90 (Green Day versionaron con reverencia y escasa gracia lo más parecido a un éxito que tuvieron: "Don't want to know if you're lonely", confundiendo a sus fans que se preguntarían quiénes eran esos tipos feos y gordos que salían en algunos momentos del vídeo). Fueron algo grande aunque casi clandestino, adorados por escasos pero fieles seguidores que los abandonaron cuando, al final de su carrera, firmaron con una multinacional –aunque siguieran haciendo esencialmente lo mismo– y que tampoco consiguieron conectar con un público mayoritario debido a su inherente rareza.

Los dos polos creativos de Hüsker Dü, Grant Hart y Bob Mould, tanto en solitario como con nuevos grupos, han tenido carreras muy dispares una vez disuelta la banda madre. Mould ha publicado más de una docena de discos en solitario y con Sugar, con los que alcanzó un moderado éxito. Estilísticamente ha derivado desde el rock alternativo a la música electrónica y finalmente a terrenos cercanos al de cantautor eléctrico clásico. Grant Hart, por su parte, ha sido mucho menos prolífico: cinco discos en solitario y un par a nombre de Nova Mob, alternados con largos periodos de silencio. Su música no ha evolucionado demasiado, permaneciendo fiel a las melodías pop y a las guitarras potentes. No obstante, de la producción de ambos, las obras más singulares probablemente pertenezcan a Hart y, ¡oh!, encajan en el concepto de opera-rock. Y de eso va esta canción del viernes: de melodías pop y el arte perdido de la opera-rock.



En estas obras –y esa es su principal virtud–, Hart se las apaña para combinar la ambición y la sencillez, lo grandioso y lo familiar, previniendo de este modo caer en la antipática pretenciosidad que lastró a un buen número de las manifestaciones del género en el pasado. Por ejemplo: de su último disco en solitario, The Argument (basado en El Paraíso Perdido de Milton y en una obra de ciencia-ficción inédita de William Burrough titulada Lost Paradise), puede temerse, dadas esas premisas, que sea un soberano tostón, una empanada mental sin mucha gracia. Sin embargo, si la música que viste ese concepto es un competente power-pop, con fuerte influencia de Bowie por añadidura, la cosa cambia. Con azúcar, hasta el café más amargo entra bien. Un caso parecido es el primer disco de Nova Mob, The Last Days of Pompeii que se cierra con esta canción. La historia es no menos delirante y la música igualmente resultona.

Aunque Hart citó Quadrophenia como referente, a mí me resulta más natural y lógico relacionarlo con Tommy. No hay aquí nada de la sociología de lo cotidiano de Quadrophenia, y sí bastante de la alucinada y fantasiosa grandiosidad de Tommy. Piénsenlo bien: estamos hablando de una historia en la que Wernher Von Braun viaja en el tiempo desde la Alemania nazi a Pompeya poco antes de su destrucción por la erupción del Vesubio. En la historia aparecen los dos plinios (el viejo y el joven), el dios nórdico Wotan (Odín) y un malvado rey.

El tema central es la manipulación y el control mental. Von Braun huye de una Alemania nazi a punto de ser derrotada y en la que se sentía manipulado para acabar en otro sitio y otro tiempo en el que también se le manipula. Al final, la destrucción de Pompeya supone su liberación. Una visión pesimista y hasta trágica que, no obstante, se sirve acompañada de una música en general bastante alegre. El método del café y el azúcar otra vez. Con un argumento así, es una lástima que a Ken Russell no le diese por hacer una peliculilla de las suyas; hasta podría haber repescado a Daltrey para interpretar a Plinio, hubiese sido una manera bastante simpática de cerrar el círculo.

Demos gracias, pues, al señor Hart por seguir cultivando, con modestia pero eficazmente, el arte perdido de la opera-rock que, a pesar de sus excesos y abusos, tantos buenos ratos nos ha hecho pasar. Y a ver si cunde el ejemplo... Aunque, francamente, lo dudo mucho. En un mundo que valora por encima de todo la telegráfica subnormalidad de las listas de las 10 cosas más idiotas –y tiene una capacidad de atención y de comprensión acorde a ello–, pedir que se hagan y se escuchen colecciones de diez o doce canciones que desarrollen un concepto o una historia es –me temo– excesivo. Pero, oigan, no desesperen. Si un batería (y Hart lo era) es capaz de componer una opera-rock, todo es posible.

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