20 de marzo de 2015

El que copia a un copión... Bowie como modelo

Fotocopias en glamcolor. Imitando a Bowie
Ya he hablado en alguna ocasión (y bien) de la copia en la música pop. Es una herramienta de creación más, con su tradición y no es ni buena ni mala en sí misma; dependiendo de cómo y para qué se use merecerá la pena o no recurrir a ese método. Normalmente toda creación incluye en mayor o menor grado algo de copia y es habitual al analizar o criticar una obra el escrutar cuáles son las referencias. En esta ocasión me fijaré en lo contrario, en varias copias de un mismo modelo.


Claro, el modelo que he escogido tiene truco: es diverso en sí mismo. David Bowie es o ha sido, simultánea o sucesivamente, muchos Bowies diferentes y, siendo el mismo un artista supremo de la copia, resulta bastante interesante el ver cómo procesan otros artistas su obra, qué intenciones les anima, qué métodos utilizan y qué resultados obtienen.

Hay un elemento generacional, ligado a la experiencia, en cómo experimentamos la música; una sutil y progresiva pérdida de la inocencia que hace que cuanta más música escuchemos, más nos recuerden las nuevas músicas a otras anteriores, una sensación de cosa ya oída que baña leve e insidiosamente todo y que hace que juzguemos con mayor dureza a ciertos artistas por el inaceptable hecho de haber nacido veinte años tarde. La capacidad de ilusionarse con nuevas experiencias es algo que se va perdiendo con la edad y es algo que tiene más que ver con uno mismo que con los demás. Cuando decimos que no ya no hay cosas como las que había cuando éramos jóvenes, lo que queremos decir realmente es que no hay nada como ser joven. Lo que echamos realmente de menos es a aquel tipo que habitaba nuestra piel y que se ilusionaba y disfrutaba de las cosas, más que a esas cosas en sí. Sí, hacerse viejo es una mierda. Es algo que impide disfrutar e ilusionarse con cosas nuevas, algo contra lo que uno quiere luchar pero no puede. La batalla está perdida de antemano.

Pero si uno es, al menos, consciente de ese fenómeno y deja la subjetividad parcialmente a un lado (del todo no es posible ni deseable), lo que queda es la experiencia y eso sí puede ser algo valioso e interesante con lo que jugar. El viejo gruñón que hay en mí hace que no haya podido ilusionarme realmente con cualquier música surgida posteriormente de 1995, años más, años menos. Todas me parecen pálidas copias hechas sin alma de cosas anteriores. Eso es lo que dice el viejo gruñón y, aunque no le falten razones objetivas, es un juicio subjetivo que no aporta demasiado. Lo interesante es ver, por ejemplo, a qué cosas recuerdan esas nuevas.

Si hiciésemos una lista de los presuntos artistas más influyentes en la música pop, aparecerían los sospechosos habituales, Beatles y Stones. Cualquier aficionado a la música popular ha sido educado para que esos sean los primeros nombres que acudan a su mente. El siguiente sería seguramente Dylan. Luego, dependiendo de la querencia por un estilo u otro se podrían añadir más; Elvis Presley o Chuck Berry para los amantes del rock and roll, Sex Pistols o Clash para los punks, la Velvet o los Stooges para los enteradillos, etc.

La verdad es que salvo muy contadas excepciones, apenas hay artistas en el último cuarto de siglo que usen a esos artistas como referencias principales –aparte de los restringidos a géneros muy concretos– y creo que a muy poca gente se le ocurriría citar a Bowie entre los músicos más influyentes en la música reciente. Sin embargo, a mí al menos, desde hace ya bastante tiempo casi todo me suena a Bowie. Lo veo (oigo) por todas partes. Hasta en la sopa, de verdad. Normalmente, claro, me suena a mala copia hecha por gentuza que no tiene ni puta idea de Bowie ni de nada. Es posible que sea cosa del viejo gruñón, pero da igual. Aunque esté aquí, al acecho todo el rato, trataremos de ignorarlo en la medida de lo posible.

Tres ejemplos, tres. Uno de cada una de las tres últimas décadas. Hasta al viejo gruñón le resultan vagamente simpáticos y por encima de otras imitaciones. Vamos con el primero. Año 1992, Carter the Unstoppable Sex Machine:



Finales de los 80 y principios de los 90 fue una época un poco rara en la que no estaba nada claro lo que iba a pasar. Las nuevas tendencias que iban a romperlo todo surgían a razón de una cada semana, el frenesí de chorradas alcanzó límites jamás soñados. Carter the Unstoppable Sex Machine estuvieron adscritos a alguna de estas efímeras nuevas modas, una de la que recientemente he tenido noticia de que existió, aunque no me acuerdo del estúpido nombre de la tendencia y no voy a perder ni diez segundos en buscarlo, créanme que no merece la pena. Al margen de coyunturales adscripciones, básicamente eran un grupo con querencia por retorcidas melodías pop combinadas con energía punk, aderezadas con un sentido del humor bastante peculiar y servidas con bases electrónicas. Más que una querencia por la electrónica en sí misma, a mí me parece un caso de esos en los que a uno se le hinchan tanto los cojones en la búsqueda de un batería comodiosmanda que acaba diciendo: "a tomar por culo, que lo haga el puto trasto". Lo sé muy bien porque yo he pasado por eso. Otros ejemplos más ilustres de estas vicisitudes electrónicas incluyen a The Jesus and Mary Chain o Sigue Sigue Sputnik.

En esta canción, "England", las plásticas percusiones electrónicas brillan por su ausencia, lo que permite identificar más fácilmente lo que están haciendo realmente, y lo que están haciendo es fusilar (con bastante gracia, a mis oídos al menos) al Bowie más teatrero. Al de "Five years", por poner un ejemplo. Hasta tienen la gentileza de soltar un wham-bam-thank-you-mam, por si a algún despistado no le había quedado claro.

Bowie, mientras tanto, creo que razonablemente harto de tanta ridícula moda, procedió a juntar a la granítica banda de los discos clásicos de Iggy Pop, ponerse la corbata y rockear duro junto a Tin Machine. Un movimiento valiente que nunca fue bien entendido, su primer disco me sigue pareciendo que se puede codear con los seis o siete mejores de Bowie sin problemas.

El siguiente ejemplo es de inicios de este nuevo siglo. Año 2001, Hedwig and The Angry Inch:



Hedwig and The Angry Inch es un fenómeno que tendría todas las papeletas para convertirse en la gran obra de culto del nuevo milenio, el nuevo Rocky Horror Picture Show, si no fuera porque la capacidad de atención del público en estos tiempos rivaliza con la de un pez tropical. Lo tiene todo: musical de Broadway llevado a la gran pantalla, temática sumamente freakie, cacao sexual a troche y moche, sentido del humor y rock and roll a tope.

En lo que toca al rock and roll, han elegido perfectamente. Nada mejor para ambientar una delirante historia de transexualismo punk como un cargamento de desvergonzadas y festivas fotocopias de glam-rock. De las empanadas místicas de Marc Bolan a la suciedad punk de New York Dolls, pasando por las épicas baladas de Elton John o el macarrismo canalla de Iggy Pop o Lou Reed, todo tiene cabida. Y, claro, entre tanto facsímil no podía faltar el del máximo exponente del género. Esta "Wig in a box" que podría pasar por una de las grandes canciones de Bowie (lo que ya es decir) sin haber sido escrita por Bowie. Yo tuve que correr a ponerme el "Hunky Dory" y el "Aladdin Sane" y escuchármelos enteritos para asegurarme de que no era una versión de algo que, por algún motivo, hubiese olvidado.

Es curioso que, de las tres canciones que cito como influenciadas por Bowie en esta edición de la canción del viernes, la más fresca y convincente sea la que, obviamente, más tiene de copia. Quizás porque hayan ido a la esencia. Allí donde otros han incorporado detalles de canciones de Bowie (una melodía, un fraseo, un sonido) a sus propias canciones, aquí han ido directamente a hacer una canción de Bowie. Así, con todo el morro, poniéndose en sus botas de plataforma y sin pararse en detalles que (por otra parte) salen solos una vez metidos en el ajo. Es esa copia desprejuiciada y desvergonzada lo que creo que hace que suene tan natural y conseguida.

David Bowie, por aquel entonces estaba en piloto automático, copiándose a sí mismo más que a otros y, aún así, facturando discos bastante dignos e interesantes, algo que parece no poder evitar hacer excepto en las contadas ocasiones en las que se le va demasiado la pinza, que también las hay.

Para completar el trío, algo recién salido del horno. Año 2015, Viet Cong.



Viet Cong es un grupo canadiense contemporáneo (formados en 2012, primer disco publicado en este 2015) del que, por tanto, poco puedo decir. No voy a dármelas de listo y contarles una historia irreal al respecto. Reconozco que he hecho un poco de trampa: he buscado en allmusic artistas influenciados por Bowie (followed by), he escuchado unos cuantos de los que no conocía y me he quedado con estos por el principal motivo de ser recientes y estar influenciados por una época de Bowie que no es de las que ha creado más escuela.

La etapa berlinesa de Bowie no es de las más imitadas, ciertamente. Por lo general el quedón glam-rock de sus inicios (el Bowie-Ziggy), o el pop bailable de mediados de los 80 suelen ser dianas más obvias. Por otra parte, los amantes de los sonidos densos y oscuros tienen otras referencias a las que recurrir, como Joy Division. Sin embargo, apuesto a que estos jovenzuelos canadienses tienen sus copias de "Low" o "Heroes" quemadas por el uso.

El ambiente, la estructura y hasta la interpretación son claramente deudoras de esos aspectos del Bowie más gélido y oscuro. De hecho, aunque estrictamente no copien de una manera obvia los aspectos musicales, en cierto sentido han llevado la filosofía del asunto un poco demasiado lejos. Donde Bowie tenía a un Eno y a un Fripp tejiendo múltiples, densas e hipnóticas capas de sonidos, estos parece que tengan una docena de cada uno de ellos, cada uno con 100 pistas a sus disposición. El sonido adquiere la densidad de un gazpacho de plutonio y emborrona el resultado hasta el límite de lo inaudible, la catástrofe sonora se ve multiplicada por una masterización bien burra, típica de hoy en día, hecha para atronar en teléfonos móviles más que para un disfrute razonable de la música. Pero he dejado al viejo gruñón que tome el mando y tampoco se trata de eso. Al margen del tema del sonido, la canción está bastante bien y captura con acierto los aspectos positivos del modelo original, sin caer en la copia banal.

Curiosamente, lo último de Bowie (2013), también apuntaba un poco en esa dirección, aunque con más reposo y emoción. Un disco que suena a fin de ciclo (o de carrera) en el que Bowie repasa y recicla algunos de sus hallazgos con un tono general que tiende algo hacia lo oscuro.

Y para cerrar el círculo, nada mejor que ver a un Bowie primerizo, antes de que otros le copiasen a él, cuando él era el copión. 1967, David Bowie:



El primer disco de David Bowie es una pequeña joya de la copia escasamente conocida (en comparación con otros discos suyos, claro). Se suele mencionar como influencia de este Bowie juvenil a Anthony Newley y –sin negar que puede tener algo de verdad esa afirmación–, lo más obvio es ver a Ray Davies y a sus Kinks. Ese pop, inglés hasta la médula, con el tono teatral del music-hall, fue la marca de la casa de los Kinks durante buena parte de su carrera y aquí Bowie lo clava, el muy cabrito.

Y es que hasta para copiar hay que valer. Y Bowie valía... Para copiar y para inventar, para imitar y para ser imitado. Un crack, el tío. El haberse convertido en una de las referencias de la música actual de un modo tan discreto –casi clandestinamente– es, acaso, su última obra maestra.

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