3 de marzo de 2015

El ambientador musical

El ambientador musical
No, todavía no se ha inventado. Sin embargo, al ritmo al que se inventan cosas inútiles que en un suspiro se convierten en imprescindibles, tal día puede no estar lejos. Solo hay que agotar otros cientos (miles, millones... tanto da) de combinaciones absurdas antes de que a alguien se le ocurra esta. No soy simpatizante de las moralejas; para los que se sientan incapaces de disfrutar de una fabulación sin ellas: utilicen la moraleja estándar... desconfíen, piensen, aprendan a decir NO.


Lo hicieron. Inventaron el ambientador musical. Una rociada y una tenue lluvia de finas notas quedaba flotando en el ambiente durante horas. Toda una gama de sonidos y aromas para todos los gustos. Con aroma recio y profundo a Beethoven; ligero y deslumbrante a lo Mozart, o con la fragancia fresca y trivial del grupo pop juvenil que estuviese de moda en ese momento.

Las estanterías de los supermercados, a lo largo y a lo ancho del país, estaban llenas hasta arriba del producto mágico. Las acciones de la compañía, una pequeña empresa que fabricaba insecticidas, centuplicaron su valor en pocas semanas. Unos pocos se hicieron inmensamente ricos, y muchos otros, al menos dejaron de ser pobres. Un ejército de músicos embotellaba melodías en pequeños frascos.

Ninguna casa era una casa decente si no tenía el ambientador musical. En un breve espacio de tiempo, el fenómeno traspasó fronteras y se extendió por todo el globo. La demanda era tal, que el desempleo prácticamente desapareció de la faz de la tierra. Además de los músicos que embotellaban la música, hacía falta gente que fabricase los frascos, que los empaquetase, que los transportase, que los colocase en la estantería, que los vendiese, que atendiese las devoluciones de los frascos defectuosos –una nota disonante aquí, un pulverizado demasiado tenue o demasiado basto allá– y, por supuesto, que llevase la contabilidad de todo el maldito asunto.

Todo el que supiese tocar “Cumpleaños feliz” o cualquier otra estúpida canción con cualquier instrumento, fue reclutado y puesto a embotellar fragantes melodías en gigantescas fábricas. No quedó un músico tocando en cualquier espacio público; ni en auditorios, ni en bares, ni siquiera en la calle era posible encontrar uno. La industria musical quebró en poco tiempo por falta de mano de obra cualificada. Los fabricantes de aparatos reproductores de música fueron los siguientes en cerrar el negocio. Todo el personal cesante fue recolocado en la nueva industria.

Otras empresas intentaron aprovecharse creando productos similares, unas con mayor éxito que otras. El ambientador poético, que pulverizaba esdrújulas rimas y endecasílabos aromáticos, fracasó casi de inmediato. Algo más de éxito tuvo en un principio el ambientador pictórico, que derramaba finísimas gotitas de colores en combinaciones fieles al estilo de los más grandes pintores de la historia. Pero una vez pasada la novedad, fracasó igualmente; las ropas, los muebles, el suelo, las paredes y las mascotas quedaban hechos una polícroma guarrada y los indignados clientes demandaron en masa al poco previsor fabricante que, inevitablemente, se arruinó.

La fabricación de aerosoles, detergentes, desodorantes, colorantes, pasta dentífrica e insecticidas quedó interrumpida. Cualquier industria que tuviese algo que ver, aunque fuese remotamente, con los ambientadores, se puso a producir sucedáneos del producto original, abandonando los productos anteriores que ya no tenían demanda –la gente prefería tener el ambientador de moda a llevar las ropas limpias– o, simplemente, tenían un margen de beneficios muy inferior al de los ambientadores musicales.

Cualquiera hubiese dicho que el mundo se había vuelto loco, pero nadie lo dijo por que la prosperidad que trajo el nuevo invento era algo sin precedentes y no convenía, de ninguna de las maneras, desperdiciar una oportunidad así. Gracias a la creciente actividad económica surgida alrededor de la nueva industria, todo el mundo tenía más dinero... que gastaba en comprar más y más variedades de ambientador musical.

Las ropas y las casas fueron tornándose progresivamente grises por falta de tintes y pinturas; la gente, sin artículos de aseo básicos, empezó a tener un aspecto descuidado y a oler mal; los insectos proliferaron extraordinariamente una vez abolida la guerra química contra ellos. Pulgas, chinches y cucarachas pululaban a sus anchas por casas que cantaban.

Sería una tarea difícil, pero si hubiese que explicar a alguien del mundo antiguo, de antes de la conmoción del ambientador musical, cómo fue el mundo resultante de tan desconcertante invención, esa sería la manera.

Sí. Las casas –grises, malolientes y llenas de bichos–, cantaban.

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