27 de febrero de 2015

El pasado oscuro y la memoria. Bluesology

Reg Dwight, a.k.a. Elton John. El r'n'b le tenía confundido
Todos hemos hecho cosas que nos avergüenza recordar. La inconsciencia de la juventud, la embriaguez... las excusas son infinitas y, como tales, completamente falsas. A no ser que medie una pistola en la cabeza, al mejor estilo spectoriano, todos hacemos lo que creemos oportuno y unos años de menos o unas copas de más no cambian lo que somos. Claro que la ridiculez no es algo absoluto. Alguien puede avergonzarse de su pasado y a otros gustarles ese mismo pasado. Y viceversa, claro.


Normalmente el paso del tiempo es suficiente para hacer parecer una ridiculez casi cualquier cosa. Sí, esa chaqueta tan cool que acaba de comprarse, en unos años parecerá terriblemente anticuada y se avergonzará de esa foto en la que ahora piensa que luce tan estupenda. Afortunadamente, gracias al avance de los discos duros chinos, los teléfonos móviles y el alojamiento en red, todo se pierde muchísimo más rápido que cuando esos recuerdos se almacenaban en primitivo papel fotográfico y se guardaban en una caja.

En la música pop ocurre lo mismo, solo que se hacen muchas más copias de un disco que de su ridícula foto, así que las probabilidades de que ese recuerdo permanezca son mucho mayores. Hay también gran cantidad de gente dedicada al coleccionismo de discos que atesoran hasta el más recóndito de tales objetos manteniendo, así, vivo su recuerdo. Su chaqueta no reviste ningún valor arqueológico para estos Indiana Jones del microsurco, lo siento.

Volviendo al tema de la ridiculez, conviene distinguir la que es causada por el cambio de las modas y el paso del tiempo, del que muy pocas se escapan, de las que nacen ya así: ridículas. El distinguir si eso es causada por vocación o por mero accidente sería una tarea apta para parapsicólogos, ya que es difícil meterse en la loca cabecita de los que las perpetran y, en el fondo, nos debe dar igual. Uno de los representantes más emblemáticos de esta tendencia o actitud es Elton John, del que una vez su más cercano colaborador, su letrista Bernie Taupin, dijo: "A veces yo pensaba que saltar y brincar sobre el teclado, calzando botas de plataforma, con la cabeza cubierta por un tocado de plumas color malva, iba en detrimento del contenido de la canción si la letra de esta trataba de un intento de suicidio". Esta es la clase de persona de la que estamos hablando.

Sin embargo, no siempre este profesional del ridículo –estupendo músico y un gran talento como compositor e intérprete, todo hay que decirlo– fue la diva del gay-stadium-rock que admiramos y del que abominamos a partes iguales; sus inicios como jovencito anodino y gafotas, con cierta tendencia al sobrepeso e inmerso musicalmente en la moda del r'n'b británico dista tanto de la imagen que tenemos en la actualidad de él que podría pasar fácilmente por otra persona.



Cierto que ya apuntaba maneras para las almibaradas y sentimentales melodías redondas, algo en lo que solo Paul McCartney puede competir con él; ese puente netamente pop injertado en una sólida construcción típica y tópica del r'n'b de la época prefigura buena parte de sus hallazgos posteriores. Aún así, no deja de ser divertido escuchar a Elton –uno de los músicos musicalmente más blancos que se pueda imaginar– darle a la cosa negra del rhythm and blues con todas sus ganas aunque el resultado no sea, previsiblemente, algo inolvidable.

Es un esfuerzo primerizo, algo aún inmaduro y carente de la chispa de genialidad que distingue a los buenos de los grandes, una muestra de un artista intentando encajar su incipiente personalidad en las modas y tendencias del momento. Hay una cierta sensación, acentuada ciertamente por el conocimiento de su carrera posterior, de que no está haciendo lo que realmente quiere y sabe; un cierto síndrome de patito feo fuera de lugar.

Elton John y el ridículo: entrañables amigos de toda la vida
Elton John emplumado. El patito feo transmutado en pavo real pop

Como era de esperar, el grupo no obtuvo un gran éxito y solo publicaron un par de singles sin mucha repercusión. Hay que entender que allí y entonces, grupos de este corte había uno en cada pueblo y en cada pub y solo los realmente especiales (y que dando con la tecla adecuada, tenían un poco de suerte) trascendían más allá del ámbito local. A pesar del escaso recorrido discográfico del grupo, unas cuantas oportunidades para actuar de banda de acompañamiento de estrellas en gira les sirvió para curtirse como músicos en directo, para hacer contactos y para conocer la vida y métodos de trabajo del músico profesional, cosas todas ellas que le serían de ayuda más tarde al tímido e indeciso Reginald Dwight. No, lo del estúpido nombre de Elton John vendría después.

Luego, junto al cambio de nombre, vendría el pop, las gafas diseñadas por daltónicos, las plumas y los estadios; unas cuantas canciones genuinamente bonitas y emocionantes como "Rocket Man" o "Tiny Dancer" y otro montón de canciones con sobredosis de sacarina para complacer a las masas que no dejarán un excesivo poso en la memoria de los que experimentan la música como algo más que un mero pasatiempo coyuntural. El pasado oscuro de Bluesology, su arcaica y adolescente banda de blues enterrado en el olvido es la otra cara de Elton John.

Dicen que odia y reniega de ese pasado y, en cierta manera, está de suerte porque todos somos nada más que los trozos de memoria que dejamos en los demás y hay pocos que recuerden esto. Pero ni Elton John puede evitar que trocitos pequeños de esa memoria queden flotando aquí y allá. No se puede escapar del pasado. Elton, tío... asúmelo.

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