18 de agosto de 2014

Los contenidos inadecuados para Amazon

Amazon. Las inquietantes bases de un concurso literario
Leo con cierta perplejidad la convocatoria del "Primer concurso literario online de autores indies", convocado por Amazon y El Mundo. El título del concurso ya tiene un aire de soterrada gilipollez (¿autores indies... en serio?, ¿qué cojones es eso?), pero he visto cosas peores y como estoy en plena campaña de concursos, me he leído las bases (aquí reveladoramente llamadas términos y condiciones, como si fuese un contrato con una compañía telefónica o algo así). No estaba preparado para ello. El título del certamen es una fruslería comparado con sus bases.

No voy a diseccionar todo, solo los puntos que me han resultado más llamativos. Pueden leer la tontería en todo su esplendor aquí.

"El género del libro deberá ser ficción, ficción histórica, romance, suspense o aventura"
Cualquier persona en sus cabales pensaría que la ficción histórica entra dentro de la ficción, al igual que el romance, el suspense o la aventura. Creo que lo que quieren decir –eso sí, con un lenguaje pésimo–, es que nos atengamos a los géneros bestsellerosos por antonomasia, los ahí citados. Se trata de hacer pasta, lo entiendo y me parece muy bien que no quieran perder el tiempo con libros de esos raros que nadie va a leer. Pero ya que convocas un concurso literario, escribe bien las bases, hombre. Otra perla: "El Libro deberá cumplir con las leyes estatales, nacionales e internacionales locales". Ni idea de leyes internacionales locales, oye. La diferencia entre estatal y nacional –en España, que es a lo que se refiere esto–, también se me escapa.

"La participación en el Concurso es gratuita y sin ninguna obligación de compra, coste o gasto"
Está bien que lo digan porque a este paso, todo llegará. Leyendo el resto de las abusivas y disparatadas cláusulas a las que se obliga uno por presentarse, nada es imposible. "[...]cinco finalistas serán seleccionados exclusivamente por Amazon entre los Participantes con base en una serie de criterios diversos (tales criterios a determinar únicamente por Amazon), incluyendo, pero no limitados al número de ventas y comentarios de los clientes". De todas maneras, aunque obligatorio no sea, apuesto a que negocio van a hacer con los participantes (y amigos y familiares de estos), que intentarán aupar a su obra a los primeros puestos de ventas para tener más opciones en el concurso. Un modelo a mi parecer un tanto perverso, que no obliga (pero incita) a comprar para ganar.

Lo anterior solo es ejemplo de paupérrima escritura, de avidez comercial y de abuso contractual disfrazado de buen rollo. Todas ellas, cosas relativamente inofensivas siempre que seamos conscientes de lo que están diciendo realmente. A partir de aquí empieza lo realmente peligroso. Comenzando por el hitleriano concepto de libros ofensivos. Veamos qué contenidos son, según ellos, ofensivos.

Para empezar, un clásico que no puede faltar en el repertorio de cualquier censor de pro, la "pornografía" –prohibida en términos absolutos– y las "representaciones ofensivas de actos sexuales gráficos". La clave, aquí, es qué se considera ofensivo –o pornografía, ya puestos–. Constato con cierta perplejidad que Amazon comercializa cientos de versiones diferentes del Kamasutra, bastante gráfico, por cierto. O el seguramente ofensivo Justine o los infortunios de la virtud, del Marqués de Sade. Que gracias a Dios que están disponibles, eh. Nada más lejos de mi intención sugerir una censura de dichas obras, la última de ellas al menos (la única que he leído de las dos citadas), una notable obra literaria. Pero como mínimo hay que hacer notar la contradicción y la hipocresía. Cosas que no son admisibles presentar a su concurso, pero se pueden comprar en su tienda. Por supuesto, en su sección audiovisual se pueden encontrar cosas a las que se puede calificar de pornográficas sin necesidad de argumentar demasiado. El clásico "Si no le gustan mis principios, tengo otros".

En lo referente a la pornografía y a la temática sexual, me ha venido a la cabeza un ensayo de Nabokov, a propósito de los problemas para la publicación de Lolita, en el que decía: "[...] también es cierto que el término actual pornografía sugiere mediocridad, lucro, ciertas normas estrictas de narración. La obscenidad debe ir acompañada de la trivialidad, porque cualquier índole de placer estético ha de reemplazarse por la simple estimulación sexual [...] Estilo, estructura, imágenes, nunca han de distraer al lector de su tibia lujuria. [...] Sospecho que este es uno de los motivos por los cuales ninguna de las cuatro compañías editoriales leyó el original hasta el fin. No me importó que lo consideraran o no pornográfico. Su negativa a comprar el libro no se basaba en mi tratamiento del tema, sino en el tema mismo". Evidentemente, Amazon tiene a la venta Lolita. Una de las grandes novelas del siglo XX que, como queda dicho, tuvo problemas para ser publicada en su momento, volvería a tenerlos ahora (probablemente mayores), pero la cual puede seguir siendo explotada comercialmente sin ningún reparo por gente que se negaría probablemente a considerarla apta para su concurso.

Y llegamos al meollo del asunto, el causante de que haya perdido un par de horas de mi vida escribiendo este desahogo. El culmen de todo este despropósito es el último punto de los contenidos prohibidos, un demencial cajón de sastre que reproduzco en su literalidad por su interés para los estudios de antropología, sociología y psicología del futuro. No hay frase en este párrafo que no sea estúpida, maliciosa o las dos cosas al mismo tiempo.

"Contenido ofensivo: Lo que Amazon considera ofensivo es probablemente lo que un Participante podría esperar. Esto incluye contenidos tales como la crueldad con los animales y los materiales extremadamente inquietantes. Amazon se reserva el derecho de determinar la idoneidad de los Libros en concurso. Además, los Participantes tendrán que ser conscientes de las diferencias culturales y sensibilidades. Algunos materiales pueden ser aceptables en un país, pero inaceptables en otro. Por favor tenga en cuenta nuestra comunidad global de clientes."

Empezaré por el final, la parte más metafísica y más boba. La ya citada Lolita, La Biblia, El Diario de Ana Frank o Las mil y una noches, entre muchos otros, han estado o siguen estando prohibidos en diversos puntos del mundo. Como el tostón aquel del señor Rushdie, que casi le cuesta el cuello y que, ofendiendo a la sensibilidad de parte de esa comunidad global de clientes y siendo inaceptable en muchos países, está –incomprensiblemente para una empresa tan preocupada por las diferentes sensibilidades culturales–  a la venta en su propia tienda. Supongo que si somos conscientes de las diferentes culturas y sensibilidades e intentamos no ofender a ninguna preciosa parte de esa comunidad global de clientes lo tendríamos realmente jodido. Creo que si sumásemos la sensibilidad cultural –diferente, por supuesto– de cualquier teocracia medieval del medio oriente, la de un país tan pacato como EEUU y la de un país tan imbécil como España –por poner solo tres ejemplos–, lo único que se podría presentar a este surrealista concurso sería la guía telefónica o algo por el estilo. Algo tan ridículo como aquella amenaza, no sé si considerada realmente en serio o no, emitida hace unos años por los lobbies antitabaco de expurgar a las películas de las escenas en las que se fumaba, cosa que hubiese convertido a películas como Casablanca en un cortometraje dadaísta.

Mi parte favorita es la de "extremadamente inquietantes", que da para mucho. Como en el caso de los contenidos sexuales, supongo que debe ser una manera de hablar, porque veo que las estanterías virtuales de Amazon están repletas de libros bastante inquietantes. Por ejemplo, cualquiera de Lovecraft, al que juzgo extremadamente inquietante (y al que Dios bendiga por ello), o cualquier libro sobre guerras como La tumba de barro, del que en su descripción se dice: "Esta obra expone una descripción resumida de los principales acontecimientos de un conflicto que dejó más de 20 millones de muertos en los campos de Europa y que transformó el continente en una inmensa tumba de barro". A ver quién es el que no se inquieta con algo así. De vuelta a la ficción pura, también veo en su tienda Snuff, una novela de Palahniuk (una de las últimas que he leído, no particularmente recomendable) que no adivino cómo puede cumplir su política y directrices sobre contenidos. Lean sino el argumento en el enlace anterior. O, ya puestos, cualquier libro sobre mitología de la antigua Grecia, el clásico de Apolodoro, sin ir más lejos, lleno a rebosar de actos sexuales aberrantes (zoofilia, violaciones, incesto, etc.), maltrato animal (incluyendo al pobre Minotauro) y otras cosas mogollón de inquietantes con las que no voy a aburrirles. ¿Quién le iba a decir a aquel pobre ateniense que casi 2000 años después podría ser considerado inquietante y ofensivo?

La crueldad con los animales también podría dar para mucho, pero mencionaré solo un punto, también inquietante: me gustaría hacer notar que no hay una referencia explícita a crueldad con seres humanos. Dicho de otra manera: si escribo que alguien mata a un perro, es inaceptable; si escribo que alguien mata a una persona (siempre que no sea de un modo extremadamente inquietante, sea lo que sea eso), está bien. Supongo que Delibes no hubiese podido presentar su novela Las ratas a concurso, ya que esos adorables roedores son cazados y comidos sin miramientos. Toda una inquietante muestra de crueldad con los animales. Tampoco Ana María Matute podría haber presentado su colección de cuentos Los niños tontos, en la que nos cuenta cosas tan inquietantes y crueles como esta: "Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillos, gusanos, crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego se sentó en el suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza". Inadmisible e intolerable, sin duda.

Hasta aquí la literalidad de las normas sobre contenidos ofensivos. Creo que procede, a estas alturas, hacer unas pocas reflexiones de índole general sobre un par de cosas: en qué consiste realmente el asunto y cómo hemos llegado hasta aquí. Estas reflexiones serían igualmente válidas y pertinentes sin concurso de por medio, pero me valdré de la terminología y los conceptos esbozados ya para ir un poco más allá.

Para empezar, me gustaría acercarme un poco más a lo que creo la raíz del problema. "Inquietante" procede del latín inquietāre, significando que perturba o interrumpe la quietud o inmovilidad. A mí me parece una buena definición para cualquier tipo de literatura –y por extensión, de arte–, que merezca la pena. Algo que mueva o conmueva, que cause un efecto en el lector, que lo cambie. Eliminar lo inquietante de los libros supone equiparar la literatura a un pasatiempo, a una inocua sopa de letras que ayuda a consumir las horas sin aportar nada, dejando al lector como estaba antes de acometer la lectura. Habría que preguntarse a quién le interesa imponer ese tipo de literatura, quién pretende sumirnos en un estupor pasajero del que no podamos sacar nada que nos transforme, que nos haga aprender algo sobre nosotros o el mundo. Yo, como escritor, desde luego que aspiro a lo inquietante. Aspiro a conmover al lector, a llevar su mente y su espíritu a otro lugar, no a dejarlo tranquilito donde estaba. Esto solo puede interesar al que pretenda mantenernos en un estado de dócil beatitud y sumisión, no sea que nos empecemos a plantear ciertas cosas. No deja de ser curioso que Ray Bradbury (un tipo sagaz, no será la última vez que hable de él) prefigurase esa hostilidad, entonces aún por venir, hacia lo inquietante en un cuento de sus Crónicas marcianas, libro maravilloso que no me canso de recomendar. Les invito que abran el enlace anterior y lean el cuento que empieza en esa página (Usher II). El señor Bradbury les explicará –seguro que mejor que yo– todos los detalles de ese rechazo.

Flotando sobre todos estos supuestos, está la idea de que aunque se trate de ficción –si me apuran, especialmente si se trata de ficción–, hay cosas malas que no se pueden ni mencionar por ser moralmente reprobables. Esta es una combinación de dos ideas típicamente infantiles: la primera, la incapacidad de distinguir entre realidad y ficción; la segunda, que si dejamos de ver algo, ese algo desaparece. Este paradigma, cada vez más presente en nuestra supuestamente sofisticada y avanzada sociedad, es de una peligrosidad terrible para la cultura, que se ve arrastrada al silencio por un razonamiento propio de un niño de dos años. Dichas cosas malas en la ficción solo son admisibles si van acompañadas del libro de instrucciones correspondiente, en forma de moraleja o panfleto más o menos explícito, que condene de forma elocuente lo abominable del hecho en cuestión. Algo que supone que el lector es, efectivamente, alguien con el nivel mental de un niño de dos años, con una nula capacidad para llegar a conclusiones lógicas por sí mismo. Lo triste es que, a fuerza de tratarnos como a infantes, lo acabaremos siendo (si no lo somos ya). Al final, va a resultar que el maravilloso chiflado de Papini tenía razón y vivimos en una paidocracia.

Que todos esos contenidos sean considerados inaceptables y objetos de anatema, recuerda desagradablemente a la quema de libros en la Alemania nazi o a la pesadilla distópica de Fahrenheit 451 (otra vez Bradbury, ya les avisé). En definitiva, a la aniquilación de todo aquella muestra del saber humano que no se entiende o es incómoda para el dueño del cotarro. En este caso, en nombre de las sensibilidades culturales del mercado global, que no sé si es un argumento más o menos terrorífico que la pureza intelectual de la raza u otras memeces usadas como excusa en otros momentos, pero sí algo mucho más hipócrita, egoísta y cínico. Supongo que deberíamos estar agradecidos porque de momento la purga de lo inconveniente e inquietante no sea a golpe de pira, sino con un indoloro etiquetado de no aceptable, pero es un pasito más en la dirección indicada. Quizás, considerando la naturalidad con la que se aceptan sin cuestionar cosas como esta, no estemos tan lejos como pensamos de la ficción de Bradbury. Que uno de los principales diarios de España respalde esto, y lo vista de apoyo a la cultura, es la irónica constatación del estado de las cosas: la natural aceptación de lo inaceptable.



Lo más triste es que han demostrado ser un poco tontos. Podrían haberse ahorrado toda esa gratuita exhibición de estupidez y de totalitaria corrección política, sin ofender a nadie de esa mágica comunidad global de clientes. Bastaba con incluir un proceso de selección previo a la publicación, del que no haría falta explicitar los criterios y en el cual podrían deshacerse de todas las obras incómodas e inquietantes que les diese la gana. Podrían incluso apelar a criterios de calidad literaria si se sienten con ganas de vacilar un poco al personal. Vamos, es lo que hubiese hecho yo si fuese el gruppenführer al mando del circo ese. Publico lo que me interesa y no quedo como un papanatas. El restregar gratuitamente por los morros esas estúpidas normas, no hace sino confirmar la verdadera naturaleza del asunto. Seamos sinceros: realmente no van a rechazar ninguna obra, perdiendo con ello el precioso dinero que les podría aportar. Es un mero curarse en salud propio de leguleyos, no sea que alguien más estúpido aún les demande por sentirse ofendido. También es una pose que intenta presentarles como una empresa concienciada con la diversidad cultural –algo que obviamente les importa un comino–, una idea chorra surgida en un aquelarre del departamento de marketing. Todo esto es, en definitiva, lo que pasa cuando se les da las llaves del cortijo a los abogados y a los contables, que es lo que está pasando a nivel global en todo el mundo de la cultura. Esto no es más que un ejemplo trivial y sin mayor trascendencia, pero representativo.

Por supuesto, es su negocio y su concurso, y pueden poner las reglas que les dé la gana. ¡Faltaría más! En eso ni puedo, ni quiero meterme. Me parecería igual de disparatado que la autoridad competente de turno prohibiese el concurso por el simple hecho de tener unas bases así de gilipollescas. Lo que no pueden esperar es que me parezca todo bien y que aplauda con las orejas lo que quieren hacer pasar por desinteresado apoyo a la creación literaria. Tengo el mismo derecho que ellos a tener mi opinión –esto es un camelo para sacar pasta que nos vuelve un poco más bobos– y a expresarla. Además aunque ellos tengan su opinión y yo la mía... ¡la mía es la correcta!

¿Lo mejor de todo? El eslogan con el que invitan a participar en este sindiós: "Soñadores, creadores y valientes... ¡Bienvenidos!"

Me dan ganas de ser valiente y mandarles alguna auténtica barbaridad ofensiva para su bonito mercado global que haga que se les atraganten los donuts, pero no creo que merezca la pena. Demasiado trabajo para tan magro resultado. En cualquier caso, "El libro que censuró Amazon" tampoco es un mal gancho publicitario, ¿no creen?

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