12 de agosto de 2014

Loa a un genio paradójico

Francisco de Quevedo, proto-gasfapasta
Escribí este poema para el certamen poético Francisco de Quevedo, concurso convocado por la orden literaria del mismo nombre. Aparentemente, una entrañable panda de chiflados que, en una ceremonia al estilo del siglo XVII, ordenan Gran Comendador de dicha orden al poeta vencedor del certamen. Estoy seguro de que al señor Quevedo le habría gustado horrores, aunque no me lo imagino vestido con toga romana, por mucho que le gustase Virgilio. Imbuído quizás por lo que Poe denominó el demonio de la perversidad, me dediqué a lanzarle unas puyitas en forma de silva al genio precursor del gafapastismo, con el resultado fácilmente imaginable.

De pluma afilada
lúcido varón de moral cristiana,
dicen que helenista diletente,
gran lector y gran dolor
de gente cortesana.
Azote de judíos
y tasador de putas,
en donde sus certezas absolutas
eran gran monumento
erecto a Afrodita Pandemos.
Hidalgo desgraciado en fortuna,
ya que meter el dedo en el ojo
nunca fue buen negocio
si es a gente de muy alta cuna.
Dicen que intrigante, prepotente,
armado de sotana
persistente buscón de sinecuras,
ya que hay que llenar la porcelana
y mercar vestiduras.
Estricto moralista,
en hallando resquicios
asimismo degustador de vicios,
tales contradicciones del artista
bien se le disculpan por humanista.
¿Humanista? ¿Dije eso acaso?
Lo dije; que mejorar el mañana
del hombre, de la patria,
del humanista juicioso es caso.
Si tu odio por aquel fue sincero,
que él te exonere el primero;
si tu comportamiento no fue digno,
o justo, te disculpe el ingenio.
Campeón de las letras castellanas;
gloria a tu voz genial,
me rindo a tu pluma.
Señor, que tus huesos descansen en paz.

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